(Me) Escucho

(Me) Escucho

(Me) Escucho

El sentido más cultivado y, por tanto, desarrollado que ostenta un músico es -sin lugar a dudas- el del oído. Con el permiso de la vista, claro está, que se sitúa en un plano jerárquico de supremacía sensitivo   al habitar un mundo eminente y progresivamente más visual.

Aún así, conviene detenerse y repensar la actividad auditiva del director o directora de Banda, Orquesta o Coro en su ejercicio artístico, didáctico y divulgativo.

La primera reflexión sería la de la auto evaluación de nuestros criterios de escucha tanto activa como pasiva. Esto es, nuestra honesta conciencia de estar escuchando conscientemente aun con la oposición de nuestra opinión previa tanto como analizando a posteriori aquellas opiniones ajenas que, de alguna manera, pasaron desapercibidas -precisamente- por el lugar que ocupaban las nuestras.

Cabe destacar que la opinión se sitúa fuera del espectro del conocimiento, que es visceral y automática y que supone nuestra primera barrera que ponemos ante la argumentación contratante si viene de otras personas. El criterio, por el contrario, es la constatación empírica de la experiencia, estudio y comparativa. El criterio es conocimiento. La opinión, ocurrencia.

Al afrontar la praxis sonora y aunque parezca paradójico, no siempre actuamos bajo el prisma del oído sino de nuestro propio diálogo interior. Nuestro criterio (u opinión) previo nos sitúa en una posición de salida aparentemente certera pero que, en ocasiones -en muchas ocasiones- nos espera del verdadero objetivo artístico de la música en tanto que la escucha no procede del foco sonoro activado sino de la idea musical preconcebida.

En realidad se trata de una hecho interactivo entre el director o directora y la Banda en el cual solo hay un verdadero elemento comunicacional si se halla la escucha como elemento principal. Si solo atendemos a nuestra escucha interior no solo sesgamos el mensaje  emitido sino que tamizamos la recepción de ideas ajenas.Así, no solo es esencial formular buenas preguntas sino esperar siempre la mejor respuesta y esta solo emerge de la escucha atenta y serena sin una jerarquía a favor de nuestras ideas.

¿Tenemos la seguridad de pensar correctamente? ¿Son nuestras ideas lo suficientemente sólidas para no ponerlas en duda? ¿Sometemos nuestros planteamientos a un escrutinio honesto y sincero? ¿Cuánto de verdad hay en nuestra abstracción de la realidad? Sin llegar a un extremo semántico, podríamos concluir que las ideas que edificamos sobre nuestra experiencia no son más que eso, nuestras ideas y que no por ello se establece una correlación con la realidad ni, mucho menos, con la verdad.

El filósofo Hilary Putman, muy irónicamente afirma en este sentido: „yo cambio de opinión porque me equivoco; los demás no lo hacen porque nunca se equivocan“.

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